La importancia del peregrinaje indígena en el Día de la Virgen de Guadalupe
Las y los indígenas de México siempre han estado en andanzas, caminando en busca de una meta o de una divinidad. La Ciudad de México fue fundada así, con el nombre de México Tenochtitlán, tras un largo recorrido para hallar al águila devorando una serpiente. El peregrinaje ha estado ligado por siglos a las comunidades indígenas, y una de sus manifestaciones actuales más importantes es la del 12 de diciembre, rumbo a la Basílica de Guadalupe.
Desde tiempos remotos, el cerro del Tepeyac ha fungido como punto de encuentro de diversas manifestaciones espirituales en el Valle de México, entre las cuales destaca el culto a Tonantzin, divinidad mexica de la tierra y la fertilidad. A partir de 1532, tras las apariciones Virgen de Guadalupe a Juan Diego (indígena chichimeca), comenzaron las peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe. La narración de cómo la Virgen hizo aparecer su autorretrato en la manta de Juan Diego se escribió en náhuatl con el nombre “Nican mopohua” (“Aquí se cuenta”).
Las peregrinaciones y, específicamente hablando, el culto a la Virgen de Guadalupe (Tonantzin), representan la máxima expresión del sincretismo en nuestras tierras, símbolo de la conjunción entre el pasado glorioso y el respeto por nuestras tradiciones. Con el crecimiento de la conquista y del sincretismo religioso en el interior del país, numerosas peregrinaciones comenzaron a darse cita los 12 de diciembre. Esta fecha está dedicada a la Virgen de Guadalupe desde la época virreinal, tal como lo escribió el alabardero José Gómez en su Diario de Sucesos Notables (1665-1703).
Las peregrinaciones del Día de la Virgen de Guadalupe están catalogadas como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Ciudad de México, y la Secretaría de Desarrollo Rural y Equidad para las Comunidades (SEDEREC) se complace en dar la bienvenida a quienes llegan para visitar la Basílica. Este 2018, ofrecemos los servicios de alrededor de 20 intérpretes en lenguas indígenas.